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Mostrando entradas de junio, 2013

¿las semanas vuelan?

Pues parece que las que son mías, sí. Las dos últimas están resultando un sinvivir de horas que se van. Salgo de casa en tiempo record desde que me despierto, pero no llego hasta la hora ésa del zapato de cristal que -entre nosotros- en chanclas se vive igual de mal. Llego tan cansada que me tiro en plancha sobre la cama. Duermo regu y me despierto cuando parece que acabo de cerrar los ojos. Y vuelta a empezar. Y mientras, los días pasan y las cosas se me acumulan en los sillones. Telas para hacer saquitos, ropas de mini que ha heredado C, libros y libros, zapatos que se escapan del arcón, bolsas, papeles, pleimobils de M, cartas, más libros, bolígrafos, chuches y un millón de cosas más que sssshhhhhh creo que cobran vida por la noche. Lo bueno de este ajetreo monumental son los sueños hiperactivos que tengo. Algunos no molan, pero los que son buenos -como el de ayer- resultan soberbios. Hasta he hecho eso tan típico de tener al lado de la cama un cuaderno y un bo

naturalezas

Ayer vi morir a un hombre bueno. Ocurrió a media tarde, en la mitad de mis quehaceres. Era un hombre mayor con el que no había tenido relación, pero era padre y abuelo de compañeras del trabajo. Tenía cara de buena persona, se comportaba como una persona buena y por lo que sé de los que sí le conocieron, lo era. La situación inesperada y tan triste me condujo a un resto de tarde bastante reflexivo. No me dio por pensar en la muerte y la vida, sino en la naturaleza humana. Una naturaleza que nos va preparando para todos esos momentos cruciales en los que las cosas cambian. Cuando era jovencita no quería ni oír hablar de los muertos. Murieron tres de mis abuelos y otros familiares muy cercanos y yo fui incapaz de asumirlos sin vida. No quise verlos. En algún caso hasta huí de la enfermedad que se los llevaba. No estaba preparada para el deterioro, el dolor, la pena ni el final. La primera vez que me atreví a enfrentarme con un cuerpo sin vida ya pasaba de los treinta. Ahora no

en blanco

La página en blanco es un mal atribuido a escritores, pero me temo que todos tenemos miles de páginas que no en nuestras carpetas de la vida. Yo ahora tengo una. El formato es electrónico, pero el blanco es el mismo. Querido Pablo, No. Mejor Pablo a secas. Mejor Querido Pablo. Querido Pablo, Uf ¿Querido? No Estimado Pablo Pablo,   Mi última página en blanco tiene forma de carta. De hecho, sería una carta si no existieran los ordenadores. Una carta de disculpa, de dar explicaciones, de pedir también. Una carta sincera y laboral. Laboral y nerviosa. Una carta a una persona que se admira y con la que se va a quedar regu. Una carta rara que de momento es papel en blanco y que en nada se transformará en papel mojado. Entre medias. Entre el blanco y el mojado, yo. Mis ansiedades, mis dudas, mis excusas, mis miedos. También el sandwich de hace un rato. Reuniones. Pagos. Trabajo. Pins. Entre el blanco y el mojado, pues eso, que sigue

mayolibros

Mayo tampoco ha sido extraordinario en libros. Tantos to dos no favorecen un espíritu reposado, necesario sin duda para esto tan fascinante de leer. Desde luego, junio ha empezado diferente. Es probable que tenga mucho más que contar al respecto el mes que viene. Pero de momento quedémonos en mayo, con su mal tiempo y la frenética actividad. En mayo he leido cuatro historias y un pequeño libro de poemas. A saber: El cumpleaños secreto , de Kate Morton. El guardían invisible , de Dolores Redondo. La danza de los malditos , de Miguel Abollado. Thoreau - La vida sublime , de Maximilien Le Roy y A. Dan y Aquí , de Wislawa Szymborska. Nunca hasta ahora había leído libros de Kate Morton. Parece ser que es una autora prolija en historias familiares enrevesadas y duraderas a lo largo del tiempo. En este caso, la historia se divide en tres espacios temporales y se articula en torno a una mujer. Cronológicamente le ocurre algo durante la II WWW que cambia su destino. Un par de dé